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SE DESPIERTA EL SUNAPA EN ASOPROAM


FOTOGRAFÍAS: CAMILO ÁNGEL URAZÁN


Actividad: Conversatorio I.

Lugar: Vereda Santa Bárbara de Ciudad Bolívar, Finca Sede principal de Asoproam.



Poco a poco fuimos dejando atrás la ciudad de Bogotá, el civilizado monstruo de humo, cemento y ruido donde la vida se consume entre el estrés y el afán. Nuestro horizonte era el paisaje nativo, el aire limpio y en términos precisos, una finca notable y ejemplar que funciona como sede de una asociación campesina dedicada al turismo agroecológico y rural: Asoproam (Asociación de productores agropecuarios ambientales rurales). Una caravana fúnebre impidió nuestra llegada puntual al lugar, que pronto habría de sorprendernos con su amable y natural belleza. Al llegar ofrecimos disculpas y le solicitamos a los asistentes dirigirnos y mostrarnos el terreno donde estaba la piedra tallada, la piedra con trazos o dibujos indígenas, el presumible petroglifo de la cultura Mhuysqa (Muisca) que yacía en aquella finca.


La búsqueda de prácticas, saberes y lugares que se puedan considerar como ancestrales en la vereda Santa Bárbara de Ciudad Bolívar, era el objetivo formal de la reunión. Iniciar un camino espiritual y de conciencia con los habitantes del lugar, sobre la importancia de la recuperación de la memoria y sabiduría ancestral para la defensa y protección del territorio, fue la labor que se reveló como el verdadero propósito de cualquier conversatorio de ese sueño llamado “Retomando el Camino hacia el Sunapa”.


A pocos metros de la vía de acceso a la granja se encontraba la distinguida peña con vestigios de humanidad y cultura precolombina. Mientras bajábamos por un corto sendero que hacia ella conducía, la vegetación exótica y húmeda hizo patente lo que antes era solo un dato frío, nos encontrábamos en el páramo: un ecosistema donde el agua florece en formas sutiles, etéreas y coloridas, al punto de dar la impresión de ser un paisaje natural impregnado de la estética del arte del bonsái; tal vez por eso aquellas palabras del “Paba” Suaye o de la tradición que encarna, resonaron en nuestro corazón: “El páramo es el estado de meditación de la tierra, es el lugar donde la tierra medita”.


El propósito de ir a la piedra era de orden sagrado. No una gran ceremonia, pero sí el ritual necesario: un saludar indispensable, un amable presentarnos, un apropiado pedir permiso y un sensato ofrendar que permitieran que el camino hacia el Sunapa sea un camino de conciencia y sentido sobre la inaplazable necesidad de la recuperación, valoración y aprovechamiento de la sabiduría ancestral, para la defensa y protección del territorio, así como para la reelaboración y confección del tejido propio de la vida en todas sus dimensiones, partiendo del hecho esencial de no establecer nuestras relaciones con el mundo desde el punto de vista instrumental; más aún si se trata de nuestra misma Madre, la Madre tierra.


Entre arbustos, musgo y árboles bajos, una vegetación propia del ambiente de subpáramo, se encontraba el peñasco con estrías y surcos hechos por manos nativas. Según el “Paba” Suaye es necesario estar frente al enigma al menos cuatro veces para saber qué dice, qué significa, cuál su mensaje. De momento nos comentó que de acuerdo a las características que tenía, siendo clave el musgo café y verde que lo rodeaba y un pequeño árbol en la parte superior, era posible afirmar que aquel era un lugar destinado a la práctica del confieso: un lugar para orar, limpiar el alma, entregar, soltar y buscar esa paz y armonía que todo hombre busca cuando dialoga con sus dioses, con el espíritu o deidad a la que le rinde culto.


– Aquí estamos en una iglesia, una mezquita, nuestras mezquitas son lugares como estos. Pues en el mundo indígena los lugares naturales son también lugares sagrados– dijo Suaye, mientras consultaba la matriz de pensamiento que constituye el poporo, una especie de disco duro donde se guarda la sabiduría obtenida de mambear la existencia, el camino, la experiencia. Un disco que según el “Paba” Wiby, solo se puede desdoblar en lo relacional, en la franca apertura al diálogo, al acuerdo y al intercambio de palabra y pensamiento.


En la boca de los Pavas se unían la cal guardada en el totumo y el jayo u hoja de coca salivado y rumiado, unión propiciada para dar lugar a una palabra serena y amigable, un alimento cuyo centro de gravedad, tanto en la voz de este hombre como en la de otros indígenas, no deja de insistir en la necesidad de cuidar las relaciones con la Madre Tierra y con nuestros congéneres, la necesidad de cuidar de nosotros mismos por medio del cuidado de la naturaleza y de los demás seres que habitan en ella, incluidos animales, hombres y mujeres.


Según el “Paba” Suaye, la palabra “hyca” quiere decir piedra en muisca, pero dentro de las nueve acepciones que tiene, también quiere decir palabra y memoria, es decir, que la piedra donde se colocó el signo, el trazo, el dibujo, es palabra y memoria viva, como lo es la tradición ancestral que yace dormida en todo el territorio del Sumapaz y que hoy se busca despertar. La lectura y comprensión del espacio donde nos encontrábamos, fue el pretexto para exponernos una visión del mundo donde se interpreta la vida según la Ley del Orden Natural, un orden que se expresa en el funcionamiento sistémico y relacional de la vida, de la Naturaleza, principio creador y organizador, Madre y Padre que se veneran y se respetan por ser los dadores de la vida y el alimento, Madre y Padre que se consultan, estudian y reverencian por enseñarnos cómo tejer relaciones en ese costal de hilos que es el mundo.


A la piedra y su espíritu se la saludó con palabra, pensamiento y acción. Al menos cuatro tabacos fueron desenvueltos para ser repartidos entre todo los asistentes con el objetivo de presentar una ofrenda y saludo. Cada cual debía poner en esas hojas desmechadas de tabaco su buena voluntad e intenciones para el proyecto y para su vida. Aquel tabaco y aquel momento representaba la semilla de una visión que se busca eche raíces en el corazón de todos, una visión en la que lo indígena palpita y resuena sin vergüenza o vanidad, sino simplemente de modo natural, genuino y emotivo, del modo como germina una caricia en las manos de aquel que ama. Así es como los “Pabas” hablan, desde la ciencia del corazón, desde el mito que caminan, comparten y encarnan palabra tras palabra, paso a paso, jornada tras jornada. Así fue como todos pusimos en esas hojas de tabaco los movimientos del alma que nuestra buena voluntad evocaba; la intensión y el propósito de despertar y consagrar el Camino del Sunapa, una semilla que se alimenta de la conciencia sobre el ancestro indígena que corre por nuestra sangre y que nos exige el respeto y cuidado de nuestra Madre, un camino espiritual que se siembra y cosecha con actos dirigidos al cuidado de la Naturaleza, esa inmensa Familia de la que el hombre es parte.


–La hoja de tabaco es básicamente un sistema de pensamiento; el tabaco recoge una memoria de la tierra, la absorbe, la envuelve y la convierte en un fermento. Y ese fermento es el que utilizamos nosotros para chupar, para fumar y todo lo que se hace con el tabaco. Ese fermento entra por la sangre, se une con nosotros y crea un círculo para poder mirar, ver, sentir, pensar y compartir pensamiento– pronunció el “Paba” Suaye mientras las ofrendas de aquella planta eran puestas en la base de la piedra.


–¡Jhe Jhe Auya!… ¡Jhe Jhe Muyscumbie!– rugió con alegría Wiby, expresando aprobación y júbilo por la palabra y la acción realizadas.


Según el “Paba” Wiby, un hombre robusto y ancho de melena color plata y ropaje típico de la Sierra Nevada, la miel de tabaco o ambil no es por sí solo un fermento; el fermento se produce cuando el ambil se junta con la saliva y la “hoja de coca”, cuando el espíritu del Padre (ambil) y de la Madre (“jayo”) se hacen uno en nuestra boca para darnos su consejo, su mensaje, su alimento. El fermento es entonces la palabra que van tejiendo los hijos cuando se unen en su boca la tierra y el cielo, la voz y el silencio, el principio eterno de todas la cosas, hecho padre y la madre, hecho miel y hojas.


Así pasó. Al ritmo del poporo, el hayo y el tabaco, el esclarecimiento del universo simbólico de la cultura muisca fluía desde las explicaciones sobre la percepción del páramo como un lugar sagrado, donde los nativos ven una clase de Olimpo, pues allí reside y encarna en paisaje un Dios Padre, hasta el sonoro bautizo de la semilla de conciencia que ya se compartía y caminaba: “Sunapa ie”, así se enunciaba en muisca “el Camino hacia el Padre”, el “Camino hacia el Sunapa”. Haciendo honor a lo que para algunas culturas y seres sensibles constituye la metáfora más bella: la semilla, el “Paba” Wiby hizo entrega de semillas de Nogal a los guardianes y protectores del territorio, es decir, los abuelos, los mayores que cuidan y resguardan la semilla en el Sunapa.


Consumado el acto de saludo, presentación y ofrenda al territorio, nos dirigimos a la casa de Asoproam para conversar, dialogar y departir sobre el camino del Sunapa y los rastros y huellas de la tradición muisca en el lugar. Un conversatorio lleno de sabor, color y luz, se fue cocinando poco a poco, a fuego lento, entre la respetuosa sucesión de la palabra y el nutritivo fuego del silencio. El resultado de escucharnos con atención y respeto los unos a los otros, fue una inaudita empatía entre todos los asistentes y una fértil cosecha de apreciaciones, inquietudes y propuestas.


– La alegría grande de toda esta semilla es el acompañar. Pero en el acompañar hay que hacer conciencia. No se avanza inconscientemente, solo se avanza cuando hay conciencia de lo que se está haciendo. Por eso hago énfasis en lo relacional, y por eso planteo el asunto de Ser Gente Gente; ser gente gente que se acompañe, y que aprenda a cuidar las relaciones y los acuerdos– declaró el “Paba” Wiby, exponiendo en palabras sencillas parte de la práctica filosofía que los Mayores le han enseñado y que él ha aprendido y mascado en su propio camino.


Acompañar y compartir con alegría la vida y la palabra con todos los hermanos (recuérdese que el mundo es la Familia), buscar y propiciar acuerdos como dinámica, pedagogía y pauta del bienestar de las relaciones y la buena convivencia, y procurar ser seres que cuiden y cultiven la salud de todas las relaciones que se entablen con la Madre Tierra y con hombres y mujeres: es decir, ser gente gente, son algunos de los consejos de aquella provechosa y necesaria sabiduría de herencia indígena que nos fue compartida.


Descubrir que el camino del Sunapa es también un camino de vida; entender que es imprescindible caminar el territorio para poder despertar en la sangre y el paisaje ese espíritu ancestral que allí duerme y que solo en la mutua presencia emerge, o como lo dice el “Paba” Suaye: realizar una “arqueología del paisaje” para permitir que el territorio hable y se manifieste; y finalmente, comprender que es indispensable la elaboración y construcción de una “escuela muisca” o “casa de pensamiento” para el impulso sostenible y la consolidación de esa propuesta y visión llamada El Camino del Sunapa, fueron algunas de las propuestas que se destacaron por su pertinencia, convencía y asertividad.


Sunapa ie, el camino del Padre que vuelve a la laguna Madre, a la matriz del origen, a escuchar, a recordar, a recuperar en su vientre la placenta, el consejo y la Palabra sobre el cuidado y la protección del agua, sobre el tejido amoroso de las relaciones humanas y la necesidad urgente de amparar y defender una Madre Tierra maltratada, el cuerpo flagelado de un ser que padece las lacras y vicios de su mezquina estirpe, de sus vástagos sin alma. Es de acuerdo con este doloroso panorama que también se propuso y convocó por parte de los indígenas un autogobierno, un gobierno propio sustentado en el territorio y su necesidad de cuidado y salvaguarda, un gobierno que no se ajustara al Derecho Menor o de turno en las instituciones, sino al Derecho Mayor y eterno, escrito en la naturaleza, en las piedras, en los animales y en las plantas.


De nuevo, para que el territorio escuchara nuestro saludo, ofrendas y plegarias, se cantó y bailó al ritmo de la tradición indígena. Unidos de la mano y al compás de la alegría y la confianza se consagró el acuerdo y el propósito de reconocer, valorar y cuidar la memoria muisca en ese territorio; se le dijo a los dioses la voluntad colectiva de sembrar bien sembrada, la semilla ancestral del Camino hacia el Sunapa.


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