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I. PEREGRINACIÓN ANCESTRAL POR EL SUNAPA

  • CAMILO ÁNGEL URAZÁN
  • 22 jul 2017
  • 7 Min. de lectura



EL SUNAPA:

SANTUARIO MUISCA DEL AGUA


PEREGRINACIÓN ANCESTRAL POR EL SUNAPA



Por las heridas abiertas de la Madre Tierra comenzó nuestra peregrinación por El Sunapa: El Santuario Muisca del Agua. Durante tres días recorreríamos las bóvedas terrestres del santuario natural con más iglesias y catedrales ancestrales de la Tierra. Esa sierra de montañas sagradas ubicada en la corona de los Andes, donde el pueblo Mhuisqa y todos los colombianos tenemos nuestro propio monte Olimpo, nuestro Sinaí bendito.


Según narra el cronista Juan Rodríguez Freyle en su obra El carnero (1638), entre los diversos ritos que practicaban los Muiscas destacaba por su peculiaridad el que se conoce como "correr la tierra", un evento en el que los participantes recorrían el territorio de cinco lagunas sagradas: Guatavita, Guasca (llamada de Martos en el s. XVII), Siecha, Teusacá y Ubaque. Siendo una travesía muy exigente, algunos morían al intentar alcanzar los diversos santuarios y otros sitios sagrados (entierros) que se encontraban en la ruta.


Siguiendo el ejemplo de nuestros ancestros decidimos conmemorar y hacer honor al rito y ceremonia Muisca llamado “correr la tierra”, pero no a modo de carrera o competencia por lagunas sagradas, cumplida con el objetivo de ganar los favores del cacique, sino a la manera de una procesión por la cuenca media y alta del río Tunjuelo, celebrada con el propósito de despertar el espíritu ancestral del territorio y la conciencia sobre la sacralidad e importancia del agua, de esas tierras y en su conjunto del gran páramo del Sumapaz, Sunapa o Fuysunga.



Día 1.


Laguna Encantada: Inicio de la peregrinación por el Sunapa


Reunidos, en el Portal del “Tunal”, la mayor parte de los caminantes que aceptamos el llamado ancestral de “caminar la Tierra para proteger el agua”, la peregrinación por el Sunapa comenzó a las 9 de la mañana en dirección a las montañas de “Cerro Seco”, en la localidad de Ciudad Bolívar. Después de tomar el alimentador de “Arborizadora Alta” y quedarnos en la última parada de su recorrido, la número 13, nos encontramos con las otras personas que nos acompañarían en la romería ancestral por la protección y defensa de las tierras sagradas del Sumapaz. Congregados los caminantes de esta causa elevada, iniciamos el ascenso hacia las montañas después de ser recibidos por el principal colectivo que lidera la lucha ambiental y social en la zona: el colectivo “No le saque la piedra a la montaña”, una organización que ha logrado notables resultados en su labor ecológica y popular, y de la cual se nos unirían dos de sus miembros para acompañarnos durante toda la caminata.


Nuestra primera parada fue la Laguna Encantada, una venerable Madre entristecida a la que probablemente le hicieron un embrujo para que se secara, un hechizo del que estamos seguros que el ingrediente principal de la pócima maldita se llama la actividad humana; pero no cualquier actividad, sino la que desarrolla de forma clandestina y criminal la minería y los urbanizadores piratas, o incluso los legales, esos que con sus artimañas corruptas logran que les autoricen licencias de construcción en territorios ambientales estratégicos y así arrasan poco a poco con todos los ecosistemas.


Al llegar a este lugar se levanta las voz de los sacerdotes Muiscas, llamados Pavas, para saludar, reconocer y presentarnos al territorio; para armonizar y equilibrar nuestras energías. Luego de esto toman la palabra los defensores de la tranquilidad de esos cerros, la organización popular y ambiental No le saque la piedra a la montaña, quienes nos cuentan que dentro de los padecimientos de este lugar está la minería; una problemática que gracias a su trabajo de custodia del territorio se ha logrado reducir bastante, pues gracias a su labor se logró que se cerrara la cantera “La Esmeralda”, principal problema de este orden en ese lugar y la cantera más grande de materiales de construcción del distrito, junto con el proceso minero a cielo abierto del “Cerro Colorado”.


Andrei, líder de este proceso socio-ambiental, nos cuenta que en este lugar existe un conflicto por la tierra en el área de lo que hoy son los alrededores del parque metropolitano “Arborizadora Alta”, cuya extensión de 54 hectáreas protegidas y aproximadamente 300 sin protección que se quieren urbanizar, hacen parte del único ecosistema subxerofítico de Bogotá, y son el lugar donde el distrito quiere construir 14.000 viviendas de interés social, mientras que la comunidad de la zona lucha para que se proteja este ecosistema endémico y se haga un reservorio distrital de flora y fauna que se llame “Parque ecológico Cerro Seco”. Igualmente esta organización y proceso popular, junto con otros del sector, luchan por construir lo que ellos llaman el “Borde socio-ambiental de la Media Luna del Sur”, el cual consiste en la construcción de cinco parques ecológicos y ambientales que eviten la expansión de la ciudad y protejan y salvaguarden ecosistemas estratégicos del Distrito Capital. Esos parques son: 1) Parque Altos de la Estancia. 2) Parque Ecológico Cerro Seco. 3) Parque Cordilleras del Sur. 4) Parque Agropolitano Cuenca de la Trompeta. 5) Parque Agropolitano de Usme. La idea consiste en hacer un empalme de la zona rural de Ciudad Bolívar con la correspondiente zona rural de Usme y esta con los cerros orientales de San Cristóbal. Es la forma resultante este ensamble de ecosistemas, lo que hace que la propuesta lleve ese interesante nombre: “Borde socio-ambiental de la Media Luna del Sur”.


Después de hacer las correspondientes ofrendas y trabajo ancestral para sintonizarnos con el espíritu del territorio y nuestro propósito en él, retomamos el camino de nuestra peregrinación, que ahora se dirigiría hacia Quiba Alta; un camino de reflexión, contemplación y silencio que primero nos llevó al encuentro de las denominadas “Piedras Tortuga”, organizado ejercito de rocas con pictogramas Muiscas que anuncia la presencia indígena en la zona y expresa la voluntad ancestral de honrar y proteger el territorio. Un trayecto que nos condujo al avistamiento de una reserva de árboles que parece un oasis en medio de la deforestación existente, para luego llegar a la cima de un cerro y desde allí divisar por un lado el hermoso paisaje de Quiba Alta (lugar de nacimiento de múltiples quebradas y sector donde se encuentra el mayor acuífero subterráneo del Distrito) y, por el otro, observar a lo lejos la triste selva gris de la ciudad e identificar entre el verde desteñido de unas montañas, el esperpento criminal de Doña Juana; el más grande basurero de Colombia, que ha destruido parte del sistema subxerofítico de la zona y contamina con sus pestilencias el ambiente, enferma a la gente que lo circunda y vierte más de 30 litros de lixiviados por segundo al río Tunjuelo, sin cumplir la norma que exige su procesamiento.


Al clima oportuno y seco que nos acompaña durante la caminata, se suma la curiosidad incansable de un biólogo de la comunidad muisca de Teusaca, por la fauna y flora del territorio, así como el verde monólogo de un espeso jardín, que según su tiempo de vida nos hace pensar que algo cambia en el paisaje, aunque nunca sea así; nos referimos al cultivo de papa, principal producto sembrado en esta zona. Como una excepcionalidad o exóticos puntos de otro tono verde en la campiña, vemos unos cuantos cultivos de arvejas y hortalizas. El paisaje es de pradera, ranchos y unos suelos sembrados donde crecen las ruanas y se arraiga el campesinado. Sin darnos cuenta los pasos de la peregrinación por el Sunapa nos han alejado de la ciudad y nos han puesto en el campo, un entorno que en esta ocasión se torna paradójico, pues aunque todo el panorama es rural, su clasificación geopolítica y nombre no puede ser más urbano: Ciudad Bolívar, así es, seguimos en la localidad de Ciudad Bolívar y seguimos en Bogotá. Lo que para el imaginario colectivo y común solo son barrios peligrosos, casuchas feas y miserables, invasiones, pobreza, delincuencia y hambre, es también para nuestra fortuna un lugar con un rostro bello y amable, unas tierras fértiles donde se siembra una gota y se cosecha un riachuelo, unos cerros secos donde la lluvia escampa de su propio aguacero y un páramo eminente donde el agua y las especies han formado un solo cuerpo. Al sur de la ciudad de Bogotá y dentro de la misma localidad usualmente asociada a la miseria y el hampa, se erige y se encuentra una parte del Sunapa, el Santuario Muisca del Agua, un santuario precolombino donde la vida no es una guerra, sino una lección natural de libertad, diversidad y paz en la diferencia.


Siguiendo nuestro camino, llegamos a la antigua casa de campo del fallecido poeta Héctor Rojas Herazo, acogedora cabaña de madera rodeada de pinos, donde decidimos hacer una parada con el propósito de comer nuestra merienda y hacer un descanso. Repuestas las energías con la comida y el reposo necesario, la peregrinación sigue su rumbo a las entrañas del páramo. Hacia las cinco de la tarde llegamos a Piedra Parada, un lugar reconocido donde se encuentra incrustada una piedra gigante en forma oval o de huevo, una especie de obelisco natural tallado por el viento y puesto en ese lugar por las aguas heladas de un glacial derretido hace miles de años.


Continuamos adelante con el objetivo puntual de hallar el terreno propicio para acampar; a esa hora y a la altura que nos encontramos (3.200 msnm), el frío es entumecedor. El sol cumplía con su puntual descenso y las luces pardas del ocaso nos señalaban que había llegado la hora de preparar y alistar el refugio. Por el día de hoy no es posible avanzar más. Al llegar a un claro con matorrales en medio de una montaña, decidimos acampar en ese lugar. Allí nos dividimos. Un grupo de hombres es encargado de bajar al rancho de unos campesinos donde el equipo de logística ha dejado las maletas y todo el equipo de campamento, para subir al cerro todo lo necesario; mientras tanto, las mujeres, se quedan con algunos miembros de la comunidad muisca de Teusaca, realizando un trabajo de pensamiento y meditación, un ejercicio de reconocimiento y consulta al territorio.


Comenzamos a armar el campamento hacia las seis de la tarde; en el momento en que terminamos empezó a llover. Cuando escampó, salimos de las carpas para cenar e intercambiar opiniones y sentires sobre la experiencia del día. Algunos, los más cansados y magullados por la caminata, deciden volver a refugiarse en sus carpas; otros, animados por las circunstancias y el espíritu de la ocasión, nos reunimos alegres en un círculo de palabra alrededor de una fogata, a pesar del agotamiento y la insistencia del agua. Bajo la cortina gris de una obstinada llovizna y entre humo de leña y tabaco, sabor de chirrinche con agua aromática y sentimientos positivos sobre el camino efectuado, termina el primer día de la peregrinación ancestral por el Sunapa.




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Proyecto de recuperación de la memoria ancestral, histórica y ambiental del Sumapaz.

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