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SE ABRE EL CAMINO DEL PADRE


FOTOGRAFÍAS: CAMILO ÁNGEL URAZÁN



Actividad: Apertura del proyecto “Retomando el camino hacia el Sunapa”, Ceremonia de saludo y presentación al territorio

Lugar: Necrópolis de Usme




En la localidad de Usme, fundada en 1650 como San Pedro de Usme y cuyo nombre proviene de una indígena muisca llamada Usminia, la cual estaba ligada sentimentalmente a los caciques de la época, reposa uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de América de los últimos años. Hacienda El Carmen de Usme, así es denominado el predio donde, en medio de las labores de remoción de tierra para la edificación de un proyecto urbanístico sin precedentes a cargo de Metrovivienda, fue hallado en el año 2007 un cementerio prehispánico o necrópolis Mhuysqa (muisca), cuya magnitud, importancia y características no tienen precedentes en nuestro país, según lo manifiesta el equipo de arqueólogos encargados de la investigación; pues de acuerdo con su concepto, la necrópolis de Usme, más que un cementerio se presenta como un lugar de culto, ofrendas, encuentro e intercambio étnico y un espacio elegido para entablar y promover la comunicación entre los Mhuysqas y el mundo de su dioses.


Fue precisamente ese lugar sagrado donde se decidió convocar y realizar una Ceremonia de saludo y presentación al territorio como acto de apertura del proyecto “Retomando el camino hacia el Sunapa”. Un proyecto promocionado y apoyado por la Corporación Ambiental Regional (CAR) y ejecutado por la Corporación Ambiental Planeta Cristal (Corpocristal), cuyo objeto es la recuperación de la memoria ancestral, histórica y ambiental del “Camino hacia el Sunapa”, más específicamente, en la zona de la cuenca alta y media del río Tunjuelo, en el macizo del Sumapaz.


Aunque la cita estaba pactada para las 9 de la mañana, los convocados e interesados fueron llegando a puerto a su propio ritmo o al ritmo que las aguas de la ciudad les permitieron alcanzar la orilla señalada. Con un sol ecuánime bendiciendo la ceremonia, se decidió que una hora había sido una espera justa. Cumplidas las 10 de la mañana, palabras de bienvenida y agradecimiento sacudieron por fin sus alas y disiparon el aire de expectativa que como ave de presa rondaba ya el lugar. Con alegría y esperanza se le dijo a los invitados de qué se trataba eso llamado “Retomando el camino hacia el Sunapa”, retomando el camino hacia ese venerable Padre llamado Sumapaz. En breve resumen se refirió la importancia de recuperar la memoria y la sabiduría de aquellos hombres y mujeres que estaban sembrados bajo los pies de todos, y que hoy poco a poco brotan y retoñan después de siglos de forzoso silencio.


Luego de ser expuestos algunos pormenores técnicos sobre el propósito de la reunión en marcha, se dio la palabra a los árboles vivos de aquella etnia y cultura que sobre ese suelo sus semillas depositara. Los “Pabas” y “Furas”, padre y mujer en lengua Mhuysqa o Muyskkubun, abrieron su corazón para hablar a los asistentes sobre el pasado, presente y futuro de aquel territorio sagrado donde nuestros ancestros tejen y moldean una forma particular de percibir, experimentar y relacionarse con el mundo; en términos más concretos: una cultura. Desmintiendo con actos y palabras que el indigenismo no es más que una tendencia romántica y utópica por revivir algo muerto y perdido, los representantes de la cultura Mhuysqa demostraron que la América indígena no se reduce a una historia, una leyenda o un mito, sino que por el contrario es un espíritu vivo y vigente que ha despertado poco a poco de aquella noche de inexistencia a la que fue sometido por la espada y la pluma del colonizador europeo.


El “Paba” Suaye y Wiby, así como la “Fura” Blancanieves, pusieron y sentaron la palabra en el lugar correspondiente: en ese ahora continuo y eterno que siempre nos da la oportunidad de ser seres concientes que aprenden y desaprenden, con el último propósito de realizar su existencia en paz y armonía con el ser que les compete y con el medio que les otorgó la vida. Un medio que para el mundo indígena reviste no solo la calidad de animado y conciente, sino la de divinidad viva, venerable y omnipresente; pues al igual que Dios para el cristiano, así el espíritu de la naturaleza (en sus múltiples manifestaciones) para el nativo americano. Hombres y mujeres somos hijos de una madre y un padre que en lo elemental han encarnado.


La “fura” Blancanieves, una mujer mayor investida por un atuendo blanco y collares, tez morena y evidentes rasgos indígenas (llamada también llamada Qaqa o Abuela no por su rol familiar, sino por su rol cultural como mujer sabía), nos pidió hacer un círculo para realizar la ceremonia de saludo. Los niños en la parte más central, alrededor de ellos los jóvenes y adultos, y finalmente los Mayores o Abuelos, quienes son el símbolo de la sabiduría.


En el ritual nada es gratuito, sentarse en círculo no es un capricho, es la forma de manifestar una cosmovisión. El tiempo cíclico y mítico se expresa con esta figura. De tal forma se convoca y evidencia que el origen es el presente, que el mito es el momento y el lugar donde el hombre se hace hombre al sentirse humanidad, naturaleza, misterio; y regresa a sus dioses para sembrarse de nuevo, bailando y cantando, en el ojo de dios, en útero del tiempo, en la luz de ese ahora que no cesa de nacer y ser siempre un despertar.


Para saludar al Gran padre productor del agua de vida, el Padre Sumapaz, se realizó un acto de tributo y ofrenda con el sagrado líquido. En una totuma que la Abuela entregó al público, todo aquel que tenía agua puso un poco de ella en el recipiente, depositando allí también sus buenas intenciones y pensamiento, es decir, orando por el cuidado y salud del medio ambiente y por el cuidado y salud propias.


En la tierra, frente a los preceptores nativos de la ceremonia, se dispuso a la manera de un mantel la ruana de la fura Blancanieves, sobre la que se colocaron algunos canastos, calabazos y alimentos representativos de la dieta y la cultura Mhuysca, siendo el principal de ellos el maíz, regalo invaluable de los dioses. Totumas, papas y maíces de distintos colores y tamaños constituían la ofrenda, pero también la invocación de la abundancia.


Saludar a la Madre Tierra y Agua y al Padre Fuego y Aire, así como a los abuelos, padres y hermanos sembrados en ese territorio, fue el primer momento y propósito de la ceremonia. Tal cual nos decía la Abuela y en los círculos realizados, repetimos en lengua Mhuysqa palabras de saludo al sol, al agua, al aire y la tierra, a los ancestros dormidos bajo nuestros pies y a todo el territorio del Sumapaz.


Luego de consumar el saludo con el respeto y los actos adecuados, se dijo con nombre propio que lo que seguía era presentarnos, es decir, presentar nuestro propósito en ese territorio como hijos retornados, presentar el proyecto, que era el designio de esa evocación, de esa ceremonia de apertura, de ese llamado. La intención era pedir el permiso y la bendición de Los Mayores, de los Dioses Tutelares, los Padres dadores, para la intervención en el territorio con el propósito de rastrear en los lugares y la gente los vestigios de la cultura ancestral, la memoria viva de la cultura muisca; eso con el objetivo proteger y resguardar esa sabiduría, ese patrimonio, esa valiosa cultura, esa identidad.


En ese momento la ceremonia, ahora en manos del “Paba” Suaye y Wiby, se tornó más dinámica y festiva, pues para que el territorio y los dioses escucharan lo que decíamos era necesario cantar y bailar. Al son de cantos y danzas muiscas se entregó, se ofrendó y se bendijo el proyecto.


–Jhe Jhe Auya– gritaba Wiby con eminente gozo y alegría cada vez que un acto concluía o se expresaba algo importante, ratificando y uniendo esa acción o afirmación con la tierra y con el cielo.


– Jhe Jhe Auya– así como se dijo se hizo, así como se dijo se está haciendo, así como se dice se hará, respondíamos todos con ímpetu y energía, a la voz que celebraba la apertura y el despertar del camino hacia el Sunapa.


Al sur de la ciudad de Bogotá, en una inmensa necrópolis indígena hallada en la localidad de Usme, una constelación muisca viva se desplegaba en formas circulares y de espiral ofreciendo cantos y danzas para consagrar el despertar y el renacimiento de la América aborigen, el despertar de la tradición ancestral en la ciudad capital y la apertura de un camino para la realización de esta visión y designio en la zona del Sumapaz, en la tierra del Padre, del Sunapa. Por un instante hombres, mujeres y niños de todas las edades experimentamos una tradición al punto de sentirnos parte de ella, al punto de vivenciar una cultura desde sus prácticas, usos y maneras; no desde el discurso sino desde la real experiencia.


Consumada la ceremonia nos dirigimos a la Finca El Mirador, predio de la Señora Mercedes Riaño, donde se llevó a cabo la socialización oficial del proyecto “Retomando el camino del Sunapa”. Antecedentes, justificación, objetivos, cronograma, actividades, pedagogías y metodologías, fueron expuestas a toda la comunidad. Después de la presentación del equipo de trabajo del proyecto y de la intervención de sus principales responsables, incluyendo el supervisor de la CAR, el Doctor Guido Bonilla, se dio paso al espacio para las preguntas, inquietudes y proposiciones de los asistentes; entre las cuales destacaron el señalamiento de la desprotección y abandono del hallazgo; la manifestación de alegría y complacencia por proyectos dedicados a recuperar la memoria ancestral indígena en el territorio y la solicitud de gestionar y realizar una divulgación adecuada, real y accesible de las investigaciones realizadas sobre el tema en cuestión en la zona, sin importar la institución u organización que las haya elaborado.


Aclaradas las dudas y realizadas las sugerencias para encaminar de la mejor manera las acciones a ejecutar, se invitó a todos presentes a concluir el festejo compartiendo la abundancia y el alimento. Una nutritiva, generosa y tradicional sopa de quinua con verduras servida en totumas, llenó de satisfacción y alegría los estómagos de todo el grupo, que no reparó en halagos y segundas vueltas del típico y exótico plato. Puesto a disposición del que lo deseara, el concejo de la chicha se unió al maridaje ancestral de la tradicional cena.


A unos metros de la gran olla de sopa y de la caneca de chicha, un fogón custodiado por varios hombres –que avivaban y cuidaban el fuego– seguía cocinando el alimento espiritual y la palabra de consejo destinada a ser la herramienta para acompañar, consultar, diagnosticar, hacer acuerdo, pagar y comunicarse con el territorio y sus habitantes, en esa aventura y derrotero cultural llamado el camino del Sunapa. La miel de tabaco, ambil o ambilrra, también denominado como tabaco de agua, se había estado cocinando desde el día anterior, y como aún no había dado el punto, era necesario seguir alimentándola de buen pensamiento e intención, pues según la tradición esa miel es el equivalente indígena del vino o sangre de Cristo, para este caso la sangre del Padre, la sangre del polo masculino del mundo natural. Es precisamente este alto grado de sacralidad lo que exige que su obtención y concepción se realice bajo el prisma de la concentración, la oración y el buen propósito, ya que aquella sangre, así como los lugares sagrados, se alimentan de nuestra energía espiritual. Energía que en aquel campo santo clamaba a Los Mayores realizar una limpieza, una labor de mortuoria, un pagamento.


En una piedra gigante ubicada en la parte posterior de la finca y bautizada por los indígenas como “Hyca tamui”: la piedra que une el cielo y la tierra, o piedra matriz, piedra útero y piedra placenta, se llevó a cabo el trabajo de mortuoria; un trabajo de oración profunda y perdón por toda la sangre humana derramada en el mundo por las guerras religiosas, y en especial, por el genocidio indígena consumado en ese territorio y en toda América por los procesos de conquista, aniquilación y colonia. Se calcula que alrededor 60 millones de indígenas fueron asesinados en nombre de Dios y la fe cristiana, en los procesos de conquista y colonización española en el continente americano.

La jornada llegaba así a su fin, entre cucharada y cucharada se compartían visiones, sentires y apreciaciones sobre el camino que ese día se iniciaba, sobre el proyecto de hacer resurgir lo muisca en la zona del Sumapaz, sobre el derrotero espiritual que aspira a buscar y seguir las huellas y ejemplo de esos seres de agua que veían aquel páramo no como un simple territorio o ecosistema, sino como un Padre y un Dios al que hay que cuidar, amar y honrar.

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